Rodrigo Llanes La famosa guía de restaurantes y establecimientos Michelin ha entrado en una grave crisis de identidad. Cuando surgió en 1900, ofrecía buenos consejos para disfrutar un placentero viaje por las distintas regiones de Francia y otros países del mundo. A partir de 1920, los automovilistas que recorrían un trayecto específico podían desviarse para sentarse a comer en un lugar extraordinario. La guía era parte de una estrategia comercial que fomentaba el desgaste de las llantas que Michelin fabricaba, pero que asociaba los viajes en auto al placer gastronómico. Desde ese entonces, los turistas nos antojábamos de la comida de sus restaurantes y los chefs anhelábamos aquellos calificados con tres estrellas, pues sabíamos que se trataba de templos del buen comer donde un esmerado artista culinario preparaba platillos y transformaba recetas para crear un discurso culinario sorpresivo y estimulante, envuelto en una atmósfera…